Se supone que cuando sucede algo que está previsto dentro del mapa, uno aprieta todos los músculos y se vuelve lo más bolita (a lo chanchito de tierra) posible para que el golpe no duela tanto. Hay veces que funciona, y uno mismo se vuelve su airbag; uno mismo hace que al pronosticar o antepensar (buena palabra!) el asunto, se haga una almohadita en frente donde la cabeza se pegue, pero resista el impacto, y me doy cuenta que por ahí no está el problema, sino en las veces que uno se preocupa de la cabeza, es cuando el cinturón de seguridad, el que protege todo lo que habita en nuestro pecho se descuide, y ese es the whole thing que hace que uno quede como las reverendas de desarmado.


Duele tanto.



Quizás, en otro blog, contaré un día toda esta experiencia que, probablemente, a más de alguno o alguna le servirá. Por ahora, por respeto, guardaré ese silencio incómodo que se apresura a salir cuando me preguntan "como estás?" y uno hace un gesto como de "bien" pero uno mira para otra parte, o se mete las manos en los bolsillos y espera que rápidamente pase ese segundo de preocupación espontánea por parte del preguntón, que a veces lo hace porque no tiene nada mejor que hacer.

Y sí, volví a escribir. Aunque quizás no lo haga en mucho tiempo de nuevo, sólo quería soltar esta sensación amarga y ridícula que siento, porque por más que habían pronosticado lluvia y salí con paraguas, terminé igual todo empapado.

Saludos.